El parque nacional preferido del presidente Theodore Roosevelt (lo visitaba con frecuencia para promocionar la zona) tiene una historia apasionante. Su gran profundidad se debe a los entre 1.500 y 3.000 metros de elevación de la meseta del Colorado, que comenzó a producirse hace 65 millones de años y aumentó la corriente del río homónimo y los afluentes que atravesaban la roca. El resultado de esta erosión es una de las formaciones geológicas más impactantes del planeta.
Hace 5,3 millones de años el punto más bajo del río y su curso cambiaron cuando se formó el Golfo de California, incrementando la velocidad de erosión de tal forma que el Gran Cañón tenía ya su aspecto actual hace 1,2 millones de años. La información natural y geológica está recogida en el museo de Yavapai Point, que ofrece diferentes programas y guías. Su historia tiene también acento español, ya que el primer europeo que lo contempló fue García López de Cárdenas en 1540. La expedición iba en busca de una de las siete ciudades de oro del reino de Cíbola, que durante la época colonial se decía que estaba en algún lugar del norte de la Nueva España (hoy norte de México y suroeste de Estados Unidos). El capitán viajaba con un grupo de guías hopi, que le habían hablado de un río, y varios soldados. Después de veinte días de viaje encontraron el Gran Cañón del Colorado. Tres de los soldados descendieron, pero tuvieron que regresar por falta de agua. En su relato contaron que algunas de las rocas “eran más grandes que la torre de Sevilla”. Un año antes, en 1539, Francisco de Ulloa había descubierto el río Colorado en nombre de la Corona española. Después de aquel primer contacto blanco, ningún otro europeo visitó el cañón durante más de doscientos años. El siguiente fue el misionero franciscano Francisco Garces, que en 1776 anduvo por esas tierras intentando convertir al cristianismo a los nativos americanos.
Los estadounidenses no llegaron hasta cien años después, con la primera expedición dirigida por el comandante del ejército John Wesley Powell en 1869, que describió la forma de las rocas como “las hojas de un gran libro de Historia”. Hoy los visitantes lo disfrutan de todas las formas posibles: haciendo rafting, caminando, en barca, en mula, en helicóptero o atravesando el skywalk, una pasarela con el suelo de cristal suspendida sobre el vacío a 1.200 metros de altitud. Lo que no es aconsejable es descender hasta el cauce del río y subir en el mismo día. Mucha distancia, demasiado esfuerzo. Y desde luego hay que atender a las señales de peligro en los bordes del cañón. La visita merece un mínimo de dos días, haciendo noche en alguno de los alojamientos del parque. La mayoría para en los mismos puntos y toma las mismas fotos, por eso es aconsejable preparar el viaje y saber qué hacer con el tiempo disponible. Si se conduce desde Flagstaff, se puede coger la autopista 89 Norte hacia Cameron y parar en The Cameron Trading Post para probar los tacos navajos con chile verde. Por este camino se accede a la entrada Este, con paradas en los puntos de observación sobre el Little Colorado River Gorge. El paisaje es tan sobrecogedor que a veces se pueden escapar los pequeños detalles, pero es importante apreciar los pinos que crecen entre las rocas, las caprichosas formas que éstas adoptan y la luz… Sobre todo, la luz.
Los caminos más cortos son Kaibab Trail a Cedar Ridge –4,8 kilómetros ida y vuelta–, Skeleton Point –9,6 kilómetros– y Grandview Trail –algo menos de cuatro kilómetros–. Si se opta por una excursión más ambiciosa, una buena opción es el Bright Angel Trail hasta Plateau Point, de aproximadamente 19 kilómetros, que termina con una magnífica vista sobre el río Colorado. Para evitar multitudes, lo mejor es visitar el Gran Cañón fuera de las épocas más concurridas, que se dan entre finales de mayo y principios de septiembre y que son, además, los meses más calurosos. Diciembre, enero y febrero son buenas opciones, pero el mejor momento es octubre, cuando el clima es suave y las hojas cambian de color. Hay que caminar para alejarse de las multitudes que se quedan alrededor de los aparcamientos, o llegar hasta Shoshone Point, el único punto en el South Rim cerrado a los coches. La principal zona de acampada, Mather, también se llena en verano, así que se puede optar por Desert View o Ten-X, en Kaibab National Forest. “Compren la postal. Los animales huelen”, decía un artículo del diario The New York Times sobre las excursiones en mula, que no parecen ser muy recomendables. Lo que sí merece la pena es sobrevolar el cañón en helicóptero. Se mueve un poco, con cierta sensación de inestabilidad, pero la experiencia de contemplarlo desde el aire es soberbia. En cuanto a comida, no hay que esperar grandes cosas. Hay lugares como El Tovar o Arizona Room, pero es recomendable ir con la mochila bien provista. Para acabar la visita, una de las actividades más populares en el Gran Cañón es ver el atardecer. Si se camina por el Rim Trail a lo largo de Hermit Rest Road, se encontrarán los mejores puntos para disfrutar de la puesta de sol, hasta que cae la noche.